lunes, 23 de enero de 2017

Juegos de la edad tardía

    Este libro es sin duda uno de los considerados buque insignia de su autor, Luis Landero, escritor que tiene todas las papeletas para convertirse en uno de los imprescindibles en mi estantería. Es el segundo suyo que leo (el primero fue Hoy, Júpiter) y el primero que escribió, en 1989.

    Antes de comenzar a relatar mis impresiones sobre el libro, me veo en la tesitura de decir que este autor tiene para mí un cariño y reconocimiento especial debido a dos hechos. Por un lado, está eso de "barrer para casa", y como escritor extremeño que es, no puedo evitar verme reflejada en los tiernos pero duros parajes rurales del autor, que mi mente sitúa siempre en esta nuestra tierra. El segundo motivo, y tal vez sea el realmente definitorio, es que tuve el placer de conocer a Luis Landero la primavera pasada. Y digo conocer porque realmente se dejaba. Hablaba con una profundidad que  tienen aquellos que no son sabios solo por viejos exclusivamente y se expresaba como, o incluso mejor, que escribía, manejando las palabras como hilos una Moira. Y ahí fue cuando Landero ganó mi admiración no solo como figura literaria, sino humana.


    El tema central de la narración es el "afán", mucho más que una palabra que al protagonista, Gregorio Olías, le han inculcado sus varones de referencia (padre, abuelo y posteriormente, tío). Por tanto, esta obra está consagrada al "ser" y al "poder", a los deseos y aspiraciones truncadas del hombre y a los arrepentimientos que uno descubre al mirarse al espejo y ver la caricatura de lo que le gustaría haber sido. Dice sobre el afán en el capítulo 10:
"Lo comprendió con un sentimiento indómito de ternura, y también a su padre y a su abuelo, que para escapar a las torturas del afán habían puesto el deseo tan alto que, siendo inalcanzable, dejasen la vida en el empeño". 
    Llega a parecer que la carga del afán es hereditaria; pero Gregorio se muestra un joven con muchas aspiraciones y con dotes de poeta que cuenta incluso con musa propia, Alicia, amor adolescente que le hizo serlo. Pero el desengaño amoroso y la adultez hacen que abandone sus pretensiones y un Gregorio adulto y gris engulle al joven que fue. El estatismo que entonces asume y consume la vida del protagonista se refleja perfectamente en varios pasajes absolutamente descriptivos que desmenuzan la rutina de Gregorio y de toda su familia, Angelina, su madre y el perro desde el primer cortejo hasta el presente. Nada más alegórico hay que el reloj que durante esas tardes de visita a la casa de las mujeres intentaba poner en marcha en vano.

    Ese es el cuadro en el que se nos pinta a Gregorio. Sin embargo, el libro arranca (y también varios capítulos) un 4 de octubre. Es la fecha en la que Gil llega a la ciudad.
    Gil, otro personaje marcado por el afán. Es un vendedor ambulante y el nexo de unión entre ambos es la relación telefónica que les obliga a mantener el encargo de pedidos en la empresa en la que trabajan. Entre ellos se forja una estrecha y especial relación: bajo un alter ego telefónico, Faroni, el personaje principal puede desahogar su afán y su monotonía; a la vez que esta suerte de poeta, políglota, aventurero y filósofo alimenta (a base de una red de mentiras que cuidadosamente va elaborando) el ávido deseo de conocimiento y novedad de Gil, este hace el mayor de los regalos a Olías: la oportunidad de poder dar rienda suelta a su afán. Todo lo que sigue es una vorágine de mentiras y una bola de nieve que va creciendo cuesta abajo.

    Cuando Gil llega a la ciudad por sorpresa, la mentira sobre Faroni está tan desarrollada que este se ve obligado a huir pavorosamente de todo lo que eran los cimientos de su vida y a malvivir en pos de sostener su tan elaborada mentira. Quizás una de las partes más interesantes del libro sea la interesante dicotomía Olías-Faroni, ya que llega a haber momentos en los que ni el propio protagonista sabe por cuál de los dos responde en cada momento. La locura de todo el asunto (y me imagino que es el adjetivo que inspira a los críticos a llamar a esta novela quijotesca) llega hasta límites dantescos; tanto es así que el protagonista llega a editar cientos de ejemplares de un libro de poesías propias sabiendo que precisamente su inventiva va a hacer que no pueda venderlo como un libro corriente. Gregorio es un embustero, un truhán, un traidor. Pero el lector se encariña con él y, a pesar de todo, siente pena por ese pobre desgraciado que solo quiere vivir tarde y mal la vida que ha desperdiciado.

    Este fragmento tal vez sea el que mejor define la oposición vital entre Angelina y el propio Olías, atribuyendo a la primera un constante estatismo, como se puede observar al final del fragmento, donde queda claro que para ella vivir es limitarse a sobrevivir, mientras que para él es la superación constante, el deseo y la ambición.
    Me ha gustado, además por el tinte filosófico que tiene. Quién no se ha sentido alguna vez como un Gregorio Olías. Si algo me gusta de Landero es su estilo, con el que consigue aunar la profundidad, la acción y la calidad literaria.






   Y, por si fuera poco, el autor sabe darle un final a la novela. El protagonista, hastiado ya de la vida del huidor y creyéndose asesino, se prepara para la fuga defintiva. Y de repente, una nota en casa. Sube las escaleras, Gregorio, ven a verme. Y allí está el mismísimo diablo de su infancia, que no es otra cosa que un hombre muy viejo y muy observador, y por tanto, muy sabio; en una escena cuya realización recuerda mucho al realismo mágico. Este le cuenta su historia y en parte, la del propio personaje, ya que se ha dedicado a él mucho tiempo de su vida. El anciano le habla de las estrellas, del amor, de cómo el hombre olvida los grandes menesteres  porque se pasa la vida "cargando cosas pesadas". Este soliloquio es uno de los puntos literarios álgidos del libro, por ello no puedo dejar de poner un fragmento en la reseña.


























    "Vete, Gregorio", le ha aconsejado el viejo. Tras once días vagabundeando después de huir de la ciudad, el que fuera el gran Faroni llega a un pueblo que emerge de la nada en medio del campo. Caminando por el pueblo, ya en las últimas, acierta a leer Círculo cultural Faroni. Ha llegado al pueblo de Gil.

 
    Así pues, el título de la obra, Juegos de la edad tardía, se explica por sí solo. Es una magna reflexión sobre el destino y nuestro papel (activo o pasivo) en él, sobre la madurez y los sueños de antaño que aún creyéndolos enterrados siguen siendo los de mañana. Habla del arrepentimiento, del amor, del devenir, de la costumbre. Es un foco sobre la faceta existencial del ser humano, sobre grandes temas que nos atormentan y a todos por igual nos empapan. Un libro de muy necesaria lectura para abordar el tema del tiempo.


    Landero nos deja con bellas citas/reflexiones como:
"Imagínese un ejército de vencidos".
"No hay que pensar que el tormento sea desventaja para el reo".
"La paciencia es el arte de ganar guerras sin batallas".
"He ahí cómo el amor suele acabar en pesadilla".



NOTAS:
1.    El narrador es una suerte de "falso omnisciente; en realidad son los recuerdos extraídos de la memoria del propio Gregorio.
2.     El personaje de Faroni causó tanto furor entre los lectores que de verdad llegó a inaugurarse un Círculo cultural Faroni. De hecho, llama la atención y es en cierto modo significativo, que el artículo de Wikipedia de Faroni sea más extenso que el dedicado al propio libro.
   


  

viernes, 6 de enero de 2017

Alunizaje

 Ya era necesario un sitio donde archivar y reflejar todas mis lecturas, que son, al fin y al cabo, parte de mí y de mi vida. Esto no es un blog sino un compuesto de retales de mi día a día y de mi manera de pensar. Si somos lo que pensamos, en gran parte es por lo que leemos... 
  Siempre es bonito volver a un libro y ver qué emociones te suscitó y cuáles suscita su relectura. Evolución, cambio, pero siempre; recuerdos.

 No hay mejor modo de estreno que barriendo para casa.

 

  Ayer estaba con papá y me dijo "Voy a escribir poesías", y como el que tira de un hilo y deshace una madeja, él solo necesitaba tirar de una palabra un poquito, suavemente, para formar una nueva poesía. Escribió al silencio, a Gregorio Samsa, al amor, al Sol, a ella.
  Luego, me estuvo contando sus andanzas como domador de párrafos y estrofas: el cuento al calcetín tercermundista, aquel relato del inmigrante, la poesía del día de su muerte ("¡qué señor tan recto, debe ser un Homo erecto!"), o la que nos dedicó de pequeñas. Era poeta antes que yo persona, sin duda, las letras son como las flores de primavera, yacen subterráneas en el pensamiento hasta que el Sol de la inspiración las fecunda y riega con su luz.



  Con esto, empieza la historia interminable de mi lista de libros.